5 / 11 / 2015

Algo que siempre me sorprendió al trabajar con compositores es ver la humildad de la que tienen que ser capaces para darle a tu película exactamente la atmósfera que tú sueñas que tenga. Me sigue sorprendiendo la pulcra atención que ponen intentado leer en tu mente la total expresión de lo que quieres contar para que sea tu sueño y no el suyo, lo que cobre vida. ¿Cómo son capaces de negarse a sí mismos de esa manera para darse creativamente a otro? Pues lo hacen y no solo eso, soportan molestas sesiones con un señor o señora que frecuentemente sabe lo que no quiere, pero no exactamente lo que quiere.

Cuanta lata le di a Xavi Font y su entonces compañero de fatigas crativas Arturo Vaquero para dar con la banda sonora de Cartas Italianas! Pero, estóicamente, aceptaban mis dolorosas (para mi, que tenía que darlas) negativas a sus respuestas, hasta que uno pensaba que acabarían diciendo «hasta luego, señor, usted no sabe lo que quiere…». Pero no, sin una queja ni una mala cara ni un poner los ojos en blanco en que seguramente yo había incurrido hacía ya mucho, seguían afanados en el trabajo, intentando siempre dar con la tecla exacta. En esas estábamos cuando me llegan un día con un brillo diferente en la mirada y la luminosidad y entusiasmo de quien de verdad dio con el asunto… pulsan su maquinillo y comienza a envolverme una música que contiene la dulce y evocadora melancolía que pienso que termina de dar a todo, isla, personajes, paisajes, historia y hasta los silencios que le hacen contrapunto, exactamente lo que les faltaba para cobrar plena vida. Creo que los besé, no recuerdo bien, esa sencilla y conmovedora melodía colmaba con creces mis aspiraciones… Ese momento en el que las imágenes de una película están envueltas de la música que las hace venirse arriba es un momento muy próximo a la felicidad para un director, lo garantizo.

A Xavi lo conocí por mediación de Fernando Cortizo, para quien más adelante hizo la música de O Apóstolo, en colaboración, además de con el sempiterno Arturo Vaquero, nada menos que con el enorme Phillip Glass. Recuerdo la primera impresión de un chico delgado, afable, pulcro y con aspecto de hombre eficiente, en vivo contraste con el desastroso aspecto torpe que Fernando y yo lucimos habitualmente. Fuimos a tomar algo y nos sorprendió con una extraordinaria habilidad para esquivar los malos vinos o los caros en exceso e ir directamente a aquellos que salían magníficos, de la añada nosequé y recomendados por el experto nosecuantos, por un precio más razonable. Un hombre con una habilidad semejante resulta una extraordinaria compañía para alguien con unos conocimientos en materia de vinos tan parcos como los míos, pero capaz de saborear un buen fermento de la vid si se me pone a tiro. A partir de ahí continuamos una relación artística y personal que continúa en el presente y que espero de más hijos artísticos. Fruto de esa relación, en el plano personal, tuve el privilegio de asistir a su boda, donde veo de repente como el mismísimo Julio Ruiz de Radio 3 presenta a una banda en la que el novio, el propio Xavi, tocaba el bajo y me entero ahí de que había ganado uno de los concursos de rock de Radio 3, que para uno de mi generación es como decir el Nobel, el Oscar o el no plus ultra… una caja de sorpresas, el amigo Xavi…

Repasando sus músicas para películas te encuentras con pasodobles, valses, boleros y toda clase de ritmos y orquestaciones, un verdadero catálogo de géneros y estilos, como si muchos músicos se dieran cita en una sola persona. En eso consiste su complicado oficio, disponer de una paleta lo más amplia posible para poder vestir y dar atmósfera a cualquier clase de universo que se quiera recrear. Pero al escuchar a Xavi tocar con su grupo, entiendes que además tiene su propio mundo sonoro, su propia y rica vida artística. Y las dos cosas las hace bien, más que bien, en realidad. Las películas dan fé y ellas no pueden mentir.